25/7/09

O`farrell con Mason


Frente a un aparcamiento de seis plantas está el Café Mason. Ninguno de los dos cierra nunca. Son las cuatro de la madrugada. No me atrevo a curiosear por la rampa del primero así que entro a tomar un capuchino. En el local hay viajeros, lectores a los que parecen haber echado de casa y los restos de alguna fiesta más o menos civilizada. La luz es la justa. Una camarera me acomoda junto a la ventana. Las luces del café se reflejan en los cristales y en la otra acera hay un coche de policía al que le faltan las luces de emergencia y un tapacubos. Un tipo llega en descapotable a la puerta del establecimiento. Apaga el motor. Los faros se ocultan en el capó y él se queda sentado al volante. Todo sucede muy despacio. Hay dos hombres merodeando en la noche, delante de la cristalera, junto a una farola. Uno lleva una bolsa de plástico. Se mueven como si no fuera a amanecer nunca. La camarera me pregunta si toda está bien. Le digo que sí. En realidad el capuchino no es gran cosa, pero la fruta cortada en trocitos está muy fresca. Tengo ganas de salir a la calle.

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