25/3/09

Entrance



Mientras atravesamos la provincia de Zaragoza, y a pesar de los tapones, oigo el sonido de un móvil al fondo del coche. La voz agudísima de una mujer contesta con detalle a lo que parece el pormenorizado interrogatorio de un pariente. Al cabo de cinco minutos saco la cabeza al pasillo para ver si la señora se fija –no es difícil- y puedo hacerle una señal. Puedo ver que la suya –su cabeza- está coronada por un peinado hueco y enhiesto por el efecto de la laca. No me ve. Justo en el momento en el que voy a levantarme, otro pasajero lo hace y sin decir palabra, se planta en mitad del pasillo, junta las yemas de los dedos de cada mano y las agita a la italiana con un éxito inmediato. Incluso la chica de la física universitaria baja la voz en su séptima conversación telefónica.

Ya me había dicho el vendedor de billetes de RENFE que para hacer el transbordo en Atocha me convenía conocer el “trínguli”. Como en los antiguos problemas de matemáticas, el tren de Pamplona llega a las 17:48 y el de Sevilla sale a las 18:00. Yo no conocía el trínguli, así que en cuanto se abrió la puerta con el mismo ruido que haría al abrirse un botellín gigante de cerveza, salí corriendo hasta encontrar a un factor, si es que todavía se llaman así. No hay truco posible. Hay que abandonar los andenes, subir a las puertas de acceso y bajar de nuevo a los andenes después de pasar las maletas por el escáner. En inglés entrance y exit son cosas distintas, la misma distinción existe en el francés, pero en español hay varios tipos de salidas. En Atocha la distinción está en el plural: salida es a la calle y salidas es a los andenes. Estuve a punto de acabar en la fila de los taxis. Corregí el rumbo y desde lejos, sin dejar de correr, pregunté con un grito al guarda de seguridad del escaner: -¿¡Sevilla!?

Tuve la sensación de estar interpretando el acto I de Hamlet. El guarda debió haber declamado: - ¡Contestad vos! ¡Daos a conocer! – pero se conformó con indicar el camino.

A las 17:57 dejaba la maleta en el portaequipajes

El Ave se puso en marcha sin hacer ruido, dando la sensación de que era el tren detenido en la vía contigua el que estaba poniéndose en movimiento. Eché una ojeada a mis compañeros de viaje mientras apretaba los tapones hacia los tímpanos.

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