" En Dos ciudades, Adam Zagajewski dice que si la música ha sido creada para la gente sin hogar (es el arte menos unido a un lugar concreto y es sospechosamente cosmopolita), la pintura, en cambio, sería el arte de los sedentarios que se complacen en la contemplación de la tierra natal: «Los retratos afianzan a los sedentarios en la convicción de que sólo si pueden ser vistos viven de verdad.» Únicamente los bodegones, y no todos, dice Zagajewski, dejarían al descubierto la indiferencia total y absoluta de las cosas, su cinismo y su falta de patriotismo provinciano. Y como ejemplo cita los jarros pintados por Giorgio Morandi, que no tienen nada ver con Bolonia, la ciudad natal del pintor: son frágiles, esbeltos y llenos de aire.
Quedo preso de imágenes, sospechas y recuerdos. Tal vez todo esto explique, me digo, por qué siempre sentí gran simpatía por los estilizados jarros y botellas de Morandi. Es posible que en mi inconsciente los haya relacionado con la idea de que nada es de ningún sitio concreto y que el estado más lúcido del hombre es no tener nada y sentirse extranjero Siempre."
Este tipo de apreciaciones en las que se da a la música una supremacía basada en su virtualidad me producen cierto cansancio. La pintura puede ser tan universal como la música. O tan nacional. De entrada, habrá de suponerse que Zagajewski se refiere a la pintura figurativa, con lo que se eclipsa una buena parte del conjunto, pero aún así, y si de aquélla nos refiriéramos sólo al paisaje y al retrato, el error es craso. Los sentimientos y las emociones más alejados del reconocimiento pueden ser provocados por ambas disciplinas. El rostro de Carlos III pintado por Mengs o un paisaje de Cape Cod de Hopper son cualquier cosa menos la “copia” de la realidad para satisfacción de quien conoce el “original”. La música es –muchas veces no- abstracta porque no puede ser de otra forma. Tiene un lenguaje determinado que permite, o mejor dicho, da la impresión de permitir la elisión del objeto que representa; pero tal forma de manifestarse es forzosa y por lo tanto no meritoria. Resultará, por otra parte, innecesario hablar de los músicos que recrearon en sus obras el susurro del viento, el canto de los pájaros, el fragor de la batalla o el curso del Moldava. En fin: sea lo que sea, sea bueno. Con eso es suficiente. Y cuando alguien, en medio de la proyección de una película y a la vista de la torre Eiffel, diga :"Mira, París!" dispárese a dar sin contemplaciones como recomienda cierto autor teatral.
Felíz y acertado comentario...como de costumbre.
ResponderEliminarSaludos curiosos.
P.D. Ya está más cerca "nuestro" invierno Passy...
Saludos, curioso.
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