Me llamó la atención que recordaras algo de lo que habíamos hablado hace tanto: la importancia de que determinadas personas conozcan el nombre de otras. He estado buscando por ahí para acabar donde siempre. Montainge tenía un nombre. Se lo construyó siendo íntegro pero antes se aseguró de que fuera sonoro: olvidó el Eyquem de su padre porque no era musical. Podía haber elegido el apellido de su bisabuelo, López de Villanueva; sin embargo los antepasados aragoneses, judíos y quemados en la hoguera tampoco resultaban muy apropiados. Un hombre de la reputación de Montaigne pudo decirle al Rey: "Yo no he recibido jamás ninguna generosidad por parte de los reyes, que no he pedido ni merecido, ni he recibido paga alguna por los pasos que he dado en su servicio. (...) Soy, Sire, tan rico como me imagino". Un hombre de la reputación de Montaigne no olvidó, consciente o inconscientemente, qué hizo para conseguir que su apellido fuera recordado por los demás:
“Se dice que es bueno tener un buen nombre, es decir, crédito y reputación; pero también, a decir verdad, es ventajoso un nombre fácil de decir y de recordar, pues los reyes y los grandes nos conocen más fácilmente y nos olvidan con menor frecuencia; y aún entre quienes nos sirven acostumbramos a mandar y emplear más a aquéllos cuyos nombres se nos presentan más fáciles a la lengua. He visto cómo el Rey Enrique II era incapaz de nombrar de manera correcta a un gentilhombre de esta región de Gascuña; y, a una hija de la reina, tuvo él mismo la idea de darle el nombre general de la estirpe, porque el de la familia paterna le pareció demasiado desagradable. Y Sócrates estima digno de preocupación paterna dar un nombre hermoso a los hijos.”
Montaigne. Ensayos. Libro I capítulo XLVI
Un saludo,
NUÑO
ResponderEliminar(Gritando hacia el lateral)
A ver, Mendingundinchía...
Otalaorreta... Sarmiento...
Acudan, por vida mía...
MENDO
(¡Qué momento!... ¡Qué momento!)
Como siempre, al pelo.
ResponderEliminarSaludos cordialísimos.