6/4/08

Fecha tras fecha

La lucha de Montaigne por conservar su libertad interior, quizás la lucha más consciente y tenaz que jamás haya librado el hombre, no tiene, ni externamente, la más pequeña sombra de tragedia o de heroísmo.
Stefan Zweig
Montaigne
Cuando leí El mundo de ayer tuve la impresión de que Stefan Zwieg era capaz de anteponer su individualidad a cualquier cosa. Cruzando ríos helados, dejando atrás casas, países y amigos, Zweig parecía, al menos en aquel libro, no dar importancia al horror que le perseguía. Distante y sereno, describe la Europa que le tocó vivir de forma tal que todo a su alrededor resulta circunstancia.
Por eso, leyendo ahora estas páginas suyas sobre los Ensayos de Montaigne me llama poderosamente la atención cómo, meses antes de quitarse la vida, arremete contra el siglo sin piedad. No le faltaban razones. Tampoco elegancia, porque lo que propone Zweig no es el lamento de los lamentos, sino una historia comparada. A cada cual su tiempo. A cada quien sus tormentos. Tal vez la cita que abre esta entrada explique la elegancia del autor vienés. Hablando de la dedicación de Montaigne, escribe:

"¿Cómo sustraerme a las exigencias que el Estado o la Iglesia o la Política me quieren imponer contra mi voluntad? ¿Cómo defenderme para no ir en mis palabras y acciones más allá de donde mi yo más íntimo quiere llegar?"

Dice algo antes,
"La autentica tragedia en la vida de Montaigne consistió en tener que ser testigo impotente de esta horrible recaída del humanismo en la bestialidad, uno de esos esporádicos arrebatos de locura de la humanidad como el que vivimos hoy de nuevo."
*
"Y apenas el chico se ha hecho mayor, estalla la guerra civil que asola Francia con sus ideologías fanáticas tanto como hoy los fanatismos sociales y nacionales asolan el mundo de un extremo a otro. La Chambre Ardente ordena quemar a los protestantes. La noche de san Bartolomé extermina ocho mil personas en un día. Los hugonotes, pos su parte, devuelven crimen por crimen, saña por saña, barbarie por barbarie, asaltan iglesias, destruyen estatuas, la obcecación no concede paz siquiera a los muertos y las tumbas de Ricardo Corazón de León y de Guillermo el Conquistador son profanadas y saqueadas."
Esto sucedía en 1572. En 1527, las tropas de Carlos V habían entrado en el Vaticano profanando la de san Pablo. El saco de Roma de André Chastel es el relato de un campaña en la que las huestes del católico Emperador, mandadas por un Borbón, entran en san Pedro como en Sodoma. Y así ad infinitum. Cualquier tiempo pasado es tan terrible como el nuestro. Y nosotros -no todos- aún tenemos suerte.
Zwieg no llegó a terminar su Montaigne; Se suicidó en 1942.

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