19/1/08

La dársena




La mañana de año nuevo las verjas de la dársena están abiertas. Dejo el coche en un muelle junto al casco de un barco repintado de blanco y lijado después. La luz, todavía sesgada, resalta los viejos errores de construcción y los golpes sin neumáticos en la borda; pequeños abombamientos y concavidades que proyectan sombras azul cerúleo sobre la mancha de no color.

Suponía una soledad absoluta, pero hay actividad. Dos ancianos a los que puede confundirse con estatuas humanas, hacen como que pescan al borde del cemento. No se mueve ni el sedal. Un coche tuneado pasa por el muelle como por Indianápolis. Junto a un Mercedes, un tipo con pinta de armador conversa a gritos con alguien que le contesta desde el puente de un pesquero. Sólo el puesto de la Guardia Civil parece estar en calma.

Hay un marinero negro, alto, vestido con un buzo de trabajo naranja y tocado con una visera desflecada y digna. Repasa los óxidos de la última travesía con un rodillo unido a una larga pértiga. De tanto en tanto sumerge el rodillo en un bidón de plástico con la boca recortada. La pintura es azul Prusia. El barco es un yesero de ochenta metros de eslora. Le digo feliz año y el tipo se echa la visera hacia atrás y me desea también un feliz año. Aprovecha para hacer un alto y enseguida empezamos a hablar.

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