En cuanto a la educación: Las quejas de Fumaroli hacen mirar hacia atrás, hacia otras quejas. Elija el lector cualquier momento de la historia: contemporánea, moderna o clásica. Da lo mismo. Siempre se encontrará con lo mismo: la queja. Ahora es la educación para la ciudadanía, los cuatro suspensos, la falta de la religión, más asignaturas prácticas, que los niños franceses se levanten cuando entra el profesor, que ejerciten la memoria, falta esto, sobra lo otro.
Sólo dos ejemplos:
Parecidos razonables
Sólo dos ejemplos:
Parecidos razonables
Hace 162 años, en el Real Decreto aprobando el Plan General de estudios de 17 de septiembre de 1845 ya se lee: "En lo antiguo fijaba casi exclusivamente la atención el estudio del latín, que con algunos conocimientos de filosofía escolástica venía a constituir nuestra segunda enseñanza. Echáronse luego de menos las ciencias exactas y naturales, cuyo abandono ha sido tan funesto a la industria española; y después de varios ensayos hechos con no muy feliz éxito, cayose en el extremo contrario, abandonándose casi del todo el estudio de las humanidades y pretendiendo convertir a los niños puramente en físicos y matemáticos. ¿Qué ha resultado de aquí? Sin conseguirse lo último, se han perdido los estudios clásicos y nuestra literatura actual se resiente, por desgracia, de tan fatal abandono."
Al final, el asunto es siempre el mismo.
Al final, el asunto es siempre el mismo.
Hace cien años más o menos. No creo que para Fumaroli el ejemplo de Paul Morand sea sospechoso. “La filosofía de mi juventud no era sino el anexo de un triste hospital psiquiátrico; la geografía sólo me ofrecía un catálogo de golfos e islas, un repertorio de cimas y ríos, un inventario de picos tan pelados como los montes de la Luna… En cuanto a la Historia, sus cortes artificiales, sus famosos giros, la división arbitraria de sus reinos me impedían ver en ella otra cosa que batallas o tratados destinados a preparar nuevas batallas. Lo que más me llama la atención, mirando retrospectivamente, son las omisiones raras, quizás tendenciosas, de las primeras enseñanzas que recibí. Me ocultaban la prehistoria, la Biblia, Bizancio, China, Extremo Oriente, Estados Unidos, Rusia, las religiones, la música; salí del instituto sin conocer los nombres ni los periplos de los viajeros ilustres, ignorándolo todo sobre la geografía económica, la historia del Arte, la bioquímica, la astronomía; sin haber leído a Montaigne, ni a Victor Hugo, ni a Baudelaire, ni a los poetas Luis XIII, ni a Dante si a Shakespeare, ni a los románticos alemanes, etc… ¿Quién era responsable de esas lagunas ubuescas que la vida no pudo subsanar, de esa enseñanza mediocre, encasillada entre la reválida y la agregación, de ese paisaje lleno de agujeros en el que yo andaba a la pata coja: los programas, los profesores o mi falta de aplicación e inteligencia?”
El asunto es ése, el final de la pregunta. La aplicación y la inteligencia. Respecto de la segunda uno puede haber nacido más o menos provisto. En cuanto a la primera, no hay excusas.
Hay un librito de Robert Hughes que se llama precisamente así, La cultura de la queja. Recomendable. Y por si todo esto resulta demasiado plúmbeo y en cuanto a la aplicación se refiere, un poco de humor nunca viene mal.
Hay un librito de Robert Hughes que se llama precisamente así, La cultura de la queja. Recomendable. Y por si todo esto resulta demasiado plúmbeo y en cuanto a la aplicación se refiere, un poco de humor nunca viene mal.
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