Estaba leyendo estos días una selección de ensayos y entrevistas de Joseph Beuys publicados por la editorial Síntesis con el renovado ánimo de entender algo. Me sucede con frecuencia que encuentro atractiva la obra de tal o cual artista del que puedo llegar a saber algo, pero que no llego a comprender. Y todavía esa situación excita mi deseo de conocer. Le tengo cierto miedo al momento en el que decida arrojar la toalla. Lo veo en otros con frecuencia y lo entiendo. De la misma forma que entiendo a Beuys como un fenómeno de su época, fascinado sólo por aquello que esa época tenía de fascinante.
Algunas de sus ideas resultan adelantadas a su tiempo, precursoras de movimientos posteriores, otras ingenuas y otras incoherentes o superficiales, especialmente las referidas a los motivos por los que se decidió a hacer múltiples de sus obras o la explicación del significado de alguna de ellas.
A pesar de la dificultad de comprensión, me sentí frustrado cuando vi hace unos meses cómo una de sus cajas de super 8 con cruz roja se vendía a un precio que yo hubiera podido pagar. Allí estaba, en la página web de la casa de subastas, exquisita como una joya, como lo que es: una pequeña obra de arte.
En una de las entrevistas del libro de Síntesis, Beuys tira por tierra la idea más conocida acerca del origen de su obra: En 1943, su avión Stuka es derribado sobre Crimea. Beuys sufre graves heridas, pero vive. Un grupo de nómadas tártaros lo encuentra, inconsciente, y lo salva de la muerte untando sus heridas con grasa animal y protegiéndolo del frío con fieltro. Estos elementos aparecerán después en sus piezas una y otra vez. Sin embargo, creo que es en la entrevista con Kate Horsefield donde niega rotundamente que una cosa tenga que ver con la otra. ¿porqué lo hace? ¿Por qué niega también sus primeras influencias dadaístas cuando se relacionó con el grupo Fluxus? Me recuerda algo a ese Oteiza del dejadme en paz (pero ni se os ocurra olvidaros de mí).
Lo dice a las claras el propio Oteiza en aquel fabuloso video chanantiano: ARTE IGUAL A TRAMPA. Sólo que en toda trampa, hay algo de verdad, incluso tanta como para olvidar el trampeo.
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