Tal vez el asunto esté en ver la cosa exactamente al revés. Si alguien se acuerda o tiene ganas bastará con buscar en el blog algo acerca de la teoría del suceso y alguna definición de Russel colgada por ahí el año pasado.
Hace unos días le dije a G. que ahora me apetecía lo contrario. Que sí, que lo mío, como lo de todo el mundo es el instante, el evévément, la foto de Brassaï en la que Paris se refleja en el cristal que el operario transporta por la calle. Dicho a la española: se aguanta la feria de san Isidro por ver un sola verónica: el suceso, el acontecimiento ¿Y al contrario? ¡Ay amigo! Para ese viaje se necesitan alforjas. La manera en la que lo que no es sutil, ni ligero, ni breve, influyen en nuestras vidas, la manera en al que nos plancha, nos forma y deforma, cede ante la exquisitez del instante y por eso pasamos de puntillas sobre esos lastres de plomo de los que quería hablar. Me pedirás paciente lector algo más de precisión. No habrá tal de momento. Por ahora busco por ahí y encuentro cosas que me sirven, otras que no, unas que entiendo, otras que sólo llego a intuir cuando las leo. Si te consuela (ya sé a quien no) de pequeño soñaba yo con dos entes antagónicos hechos de goma-espuma, entonces un producto ultramoderno: se trataba de la nada y el infinito que, flotando libremente en el espacio chocaban sin violencia, se alejaban y después volvían a acercarse para un nuevo encuentro.
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