Alguien me recomienda el diario de Miguel Torga. Su único efecto positivo: me quedo dormido antes de la hora de comer. El libro sobre mi pecho desprende un inconfundible olor a hostia. Creo notar que en el corte de sus páginas flota un polvillo blanco que entra en mi boca entreabierta. También sabe a hostia. Tiene ese sabor dulzón que recuerda las comuniones de mayo, los recortes de oblea, la imagen de las prensas imprimiendo JHS sobre las formas. Se mezcla un poco con el olor a tinta, pero esto es anecdótico. Si alguien quiere comprobarlo, le costará veinticinco euros, editorial Alfaguara.
Dios mío: un nuevo diario sobre el sufrimiento personal. Me duermo en la página cincuenta. La siesta del carnero. Debo estar imantado. Mi hermana ya me dijo una vez que no le dejara más libros, que fundamentalmente yo siempre leía la misma historia: la de un tipo triste que atraviesa una novela camino de una situación peor que la del principio. Siempre acabo en lo mismo.
¿Que Torga sabe a hostia? Hágaselo mirar, cuanto antes.
ResponderEliminarA veces pasa que leemos entre líneas cuando debieramos fijarnos en la literalidad: digo -y repito- que el libro huele a hostias. Ignoro a que supo Torga.
ResponderEliminarNo sé quien es el tal Torga. Por lo leído, supongo que no me importa.
ResponderEliminarNáufrago, hazme caso: lee los 'Diarios' de Torga. No huelen a hostia. Son tristes, pero con momentos luminosos. Siempre atinados en sus impresiones. Muy agudos. En cuanto a Torga, era ateo convencido, comunista y médico rural. A punto estuvo de recibir el Nobel. Un poeta de primera fila.
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