El cuadro de Ascunce es casi idéntico al pequeño paisaje que hay junto a mi casa. Dos diferencias. En el caso de Ascunce hay un edificio habitable. En el mío, una caseta. Él se ha acercado lo suficiente como para ver cada flor. Desde donde yo miro, el almendro casi tapa por completo el tejado y las paredes. La mirada de Ascunce puede corresponder a un imaginario colectivo, en el que se suavizan las ideas más tétricas: -la semilla es la muerte.- Dice con la palabra. Luego, con la pintura lo señala de otra forma. Quizás sea un circunloquio: el árbol que tapa la casa. Las distintas velocidades, los ciclos disímiles. El árbol florecido no deja ver el lento envejecimiento del lugar en el que vivimos y a la vez nuestra propia decrepitud.
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