Después de haberlo abandonado una y otra vez, termino el libro de Simón Marchán sobre la estética moderna. Había atravesado a trompicones las distintas épocas del arte con la ilusión de llegar preparado al advenimiento del esteticismo. Pero ¡ay! la conclusión del erudito es tan trillada, tan poco original que deja al lector con la sensación de haber hecho el primo por el camino. La culpa, posiblemente, es del lector. De este lector, que pretende soluciones donde no las ha de encontrar. A pesar de esto uno espera la explicación que ilumine el estado actual de las cosas, el estallido de la estética en mil pedazos. Esa explicación que no llega nunca y cuya ausencia nos convierte en huérfanos zarandeados por críticos y galeristas. No hay receta posible y el espectador se convierte en un aficionado al tenis que recibe las bolas de una máquina de entrenamiento que ha enloquecido y está dispuesta a lanzar todo el cesto en medio minuto.
Nota: creo que el simil no está desencaminado, sobre todo aquí: "Es una máquina tan loca y maravillosa! Es realmente increíble como puede lanzar tal secuencia de pelotas desafiante. Realmente puede desafiar a los jugadores más avanzados. Las posibilidades de cómo puede usarla son ilimitadas. Es una herramienta fantástica de aprendizaje"
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