Desde una caseta de observación ornitológica, puedo ver dos acequias que se cruzan, rodeadas de campos reverdecidos por la primavera. En el agua, flotan verticales los cadáveres de algunas liebres. Parecen sanas, tienen los ojos abiertos, pero están muertas. Flotan en el agua subiendo y bajando un poco, al compás de las pequeñas olas que levanta la brisa. Al fondo del paisaje, hay una ciudad, posiblemente oriental, cuyos tejados he recorrido alguna vez.
No me atrevo a mirar hacia atrás. No sé qué hay o quién está detrás de mi. Sé que algo pasa, pero prefiero seguir mirando las libres muertas.
Durante muchos años soñé que salía nadando desde alguna ría gallega cuyas riberas podía ver cada vez que sacaba la cabeza para respirar. Nadaba sin esfuerzo, libre y poderoso. Luego llegaba a mar abierto y en seguida alcanzaba las costas de Brasil. Ya no sueño esto. El agua no es lo que era. Ahora el agua trae problemas
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