El lexatín ha hecho su efecto. Se deshace el nudo del estómago y miro las grúas trabajar en el aparcamiento. Sus movimientos son lentos, al menos en apariencia. Giran sobre su eje mientras las sirgas avanzan a lo largo de la flecha. ¿Se llama flecha? De repente me da igual no saber los nombre de las partes de una grúa.
¿Hasta dónde llegará el cuchillo de la introspección? ¿qué encontrará entre las vísceras? ¿No se reproducen las miserias en cuanto son extirpadas? Conforme avanzamos, el bosque se espesa sin motivo aparente. Parece que, andando el tiempo, debería haber menos maleza, menos espinos a la altura de las rodillas. Pero no estoy seguro de que esto sea así. No queda otra que mirar el movimiento hipnótico de las grúas.
Le-xa-tín. Me recuerda a las tres sílabas del comienzo del libro de Nabokov: Lo-li-ta. Una tentación que vive en la farmacia y que me tienta desde hace años, esas capsulitas rojiblancas que, quién sabe, quizá pudieran ser la poción mágica. Un bajar la marcha, aminorar el ritmo al entrar a puerto, y moverse con mayor destreza que es de lo que se trata. Preocupa entregarse a la química para enfrentarse a los asuntos del vivir, pero ¿qué es el vino, sino química embotellada y perfumada? Meditaré el asunto, y quizá experimente, por qué no.
ResponderEliminarwhen the man comes around...
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