Durante la celebración de una romería, corro colina arriba perseguido por una banda de muchachos que quieren quitarme la ropa. Al frente de la cuadrilla hay un chico que grita a los demás para que no me dejen escapar. Cuando me alcanzan, veo la cara del cabecilla. Se trata de un joven al que, de pequeño, yo había destrozado su bicicleta, vengándome de una ofensa que ya no recuerdo. De alguna manera consigo salir del apuro sin mayores problemas. Sin embargo, el incidente me deja intranquilo. Siempre había creído que el chico comprendió por qué destrocé su bicicleta y ahora resulta que no es así. Hasta tal punto me molesta que no lo entienda que lo busco durante todo el día y, ya cuando la fiesta ha terminado, veo que se marcha conduciendo un tractor sobre cuyo remolque, lleno de pacas de paja, viajan sus amigos. Corro por el camino detrás del tractor. Lleva una señal de 20 kilómetros por hora y me digo que puedo alcanzarlo si no tengo que correr mucho tiempo. Durante la persecución, de forma entrecortada, intento explicar a gritos por qué mi acción fue proporcionada, Esto me hace perder fuerzas y comienzo a creer que no alcanzaré el tractor. Por la izquierda, desde un camino secundario, aparecen veinte o treinta gnomos que me dicen algo incomprensible. Me detengo entre resuellos mientras el tractor se aleja.
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