De La Melancolie en el Grand Palais, un cuadro de Goya; un pequeño paisaje con caníbales que preparan para la cena los cuerpos de dos expedicionarios. A uno le arrancan la piel mientras permanece colgado. A otro, en el suelo, las entrañas.
Chornos devorando a sus hijos, de donde trae causa esta inclusión del canibalismo dentro de la exposición. Devorarse a sí mismo como especie.
Recorrida la muestra, al visitante le cabe la duda acerca del origen de la melancolía como generadora de arte. No hay una sola obra que no pertenezca al ámbito de la cultura occidental. El comisario lo explica a través de las palabras de Hildegarde de Bingen sobre el pecado original: “Desde que Adán transgredió el precepto divino, la melancolía entró en su sangre.” Y con ella la duda. Y vuelta a lo mismo. Vuelta al saco que llevamos a la espalda hasta el final de nuestros días, por mucho que se proclame la muerte de Dios, la del hombre, cualquier muerte: el saco siempre como carga; la duda, la ansiedad.
La melancolía: una colección de poses con la mano en la barbilla, en la frente, en la mejilla. Suspiros occidentales. El pequeño cuadro de Goya continúa una tradición que llega hasta nuestros días: acabar con nosotros mismos.
Alguien podrá decir que se trata de una enfermedad burguesa, de clase, que quien está todos los días mirando el franco para ver si llega a fin de mes, quien tiene que vender su fuerza de trabajo a precios miserables y vivir en esa miseria, no tiene tiempo ni ganas ni fuerzas para permitirse el lujo de la melancolía, para pararse a suspirar. El saco de la pobreza y de la necesidad le pesa tanto que no tiene sitio para más sacos. Para apoyar la mano en la mejilla hay que estar sentado, descansado y tener tiempo para pensar en las musarañas. La melancolía, una enfermedad de ricos.
ResponderEliminarNo estoy muy de acuerdo con la apreciación del usuario anónimo.
ResponderEliminarHasta perros he visto yo melancólicos. Una cosa son los estados de ánimo, que afectan a cualquiera, y otra bien diferente es la expresión,teorización y exteriorización de esos estados.
El humilde pastor, de repente, se ve asaltado por la melancolía, lo que pasa es que no lo sabe, y además nadie le pregunta qué le está pasando. Ni falta que le hace.