El solsticio de invierno consigue atraerme mucho más que la Navidad. En los últimos años las navidades han sido un desastre, siempre un problema que resolver, un disgusto, un acontecimiento que choca frontalmente con el presunto espíritu de las fechas en cuestión. Mientras la aguja del 25 de diciembre apunta hacia un lado, la mía lo hace en dirección contraria y de esta oposición de polos sólo pueden derivarse problemas, luchas de fuerzas incompatibles.
El solsticio de invierno es otra cosa. El 21 de diciembre me recuerda a un caballo que montaba hace muchos años. Se llamaba Stanley y tenía la peor leche que pueda tener un cuadrúpedo. Me hacía pasar por debajo de las ramas más bajas con la esperanza de descabalgarme, quebraba el galope en los lugares más inesperados y en cuanto comprendía que habíamos alcanzado la mitad del paseo, salía disparado camino de los establos.
Como Stanley, llegados al punto de no retorno, cuando las noches no se alargan más, cuando las sombras de los árboles van cambiando de dirección, me lanzo camino de la luz, sin alegorías, sin símbolos. Camino de la luz tal y como suena, sabiendo que aún quedan nevadas, hielos y escarchas, pero que nada puede ya acortar el día.
La diferencia entre una cosa y otra, entre la Navidad y el solsticio, está en la intención. La diferencia es posiblemente un error. Ya se han dicho demasiadas cosas sobre este asunto, pero de lo que hablo es de lo físico, del caballo que huele el establo o de nosotros que presentimos la luz. Debería bastarnos con eso, ser sólo conscientes de eso. O incluso inconscientes.
Ser como los lémures subidos a las ramas de los árboles durante el amanecer, frente al sol. Alguien, en algún momento, debió confundir la postura de los lémures, de pie, con los brazos extendidos, Debió pensar en un acto de respeto o de adoración, cuando en realidad se trata sólo de calentar el cuerpo después de una noche demasiado fría.
Dice usted:
ResponderEliminarLa diferencia entre la Navidad y el solsticio está en la intención. La diferencia es posiblemente un error.
De acuerdo: no hay diferencia. No sólo porque la Navidad viene a celebrar el solsticio, sino porque lo que nos trae la Navidad es justamente la luz, así que ya no hace falta salir corriendo tras la luz porque la luz se instala en nosotros, dentro de nosotros: he aquí la Navidad.
En el libro de Jeremías se puede leer: No les tengas miedo; que si no, yo te meteré miedo de ellos. Yo te convierto hoy en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de bronce, frente a todo el país, frente a los sacerdotes y los terratenientes; lucharán contra ti, pero no te vencerán, porque yo estoy contigo para librarte.
De eso se trata en la Navidad, de que la luz viene a nosotros y nos dice, desde nuestro corazón: no tengas miedo, yo estoy contigo para librarte.
Todo esto suena raro, como lo del caballo Stanley, y al mismo tiempo suena muy sencillo: no tengas miedo.