Obra selecta

Mientras pedía que alguien me echara un cable con El sepulcro sin sosiego, la editorial Lumen publicaba una selección de obras de su autor, Cyril Connolly, que me apresuro a adquirir por correo. Vuelvo a leer este extraño texto que atrae al lector como el agujero negro de la impotencia y me demoro en las primeras páginas que ahora puedo reproducir en la parte que me importa: el camino hacia la obra fundamental.

Tiene gracia que Connolly escribiera un libro inclasificable y de gran belleza tal vez sin proponérselo, instalado entre la pereza y las obras alimenticias. Fue en realidad un novelista fracasado, un excelente crítico que no pudo ir mucho más allá y que se atreve a exigir a los demás lo que él no hizo. Sin embargo, por algún motivo, esa admonición resulta creíble, mucho más que si la hiciera Flaubert o Balzac: parece provenir de quien no pudo cumplir con el designio de ser lo que debió ser, y esa imposibilidad le inviste de la autoritas necesaria para advertir al resto de los escritores: Dejad las tonterías que estéis haciendo. No hagáis como yo y dedicaos sólo a lo fundamental.

La traducción no es la misma que utilizó Versal. Ésta de ahora parece más fluida y de hecho, creo que era Arcadi Espada quien criticaba duramente la anterior.

Después de escribir estas líneas leo con asombro que la mascota favorita de Connolly era el lémur y que durante más de una temporada disfrutó de la compañía de alguno de estos extraños animales.

Llegados a este punto, no funciona el escáner. Dejo el texto de Connolly para mañana