¿Qué compensa una Traviata de repertorio, floja y mal ambientada? Lo de siempre: los palcos. La mirada hacia los lados de la Státní Opera, donde -como en todos los teatros- siempre suceden cosas: un matrimonio japonés, dormidos los dos con las bocas abiertas, como si estuvieran recién asesinados; dos amantes que se besan una y otra vez, exhibiéndose felices; mujeres enmarcadas por el terciopelo rojo. Palcos como en el que describe Kafka en un brevísimo relato que comienza así:
“Estaba en el palco, al lado de mi mujer. Daban una obra emocionante, el tema eran los celos, justo en aquel momento, en una sala brillantemente iluminada y rodeada de columnas, un hombre alzaba el puñal contra su mujer, que se dirigía despacio hacia la salida. Llenos de ansiedad nos inclinamos sobre el antepecho del palco, notaba en mi sien el cabello rizado de mi mujer. De pronto dimos un salto hacia atrás, algo se movía sobre el antepecho, lo que habíamos tomado por el forro de terciopelo del remate de la baranda era la espalda de un hombre largo y delgado que, exactamente igual de estrecho que ese reborde, había estado allí boca abajo hasta entonces, y ahora se daba despacio la vuelta como si buscara una postura más cómoda..…”
“Estaba en el palco, al lado de mi mujer. Daban una obra emocionante, el tema eran los celos, justo en aquel momento, en una sala brillantemente iluminada y rodeada de columnas, un hombre alzaba el puñal contra su mujer, que se dirigía despacio hacia la salida. Llenos de ansiedad nos inclinamos sobre el antepecho del palco, notaba en mi sien el cabello rizado de mi mujer. De pronto dimos un salto hacia atrás, algo se movía sobre el antepecho, lo que habíamos tomado por el forro de terciopelo del remate de la baranda era la espalda de un hombre largo y delgado que, exactamente igual de estrecho que ese reborde, había estado allí boca abajo hasta entonces, y ahora se daba despacio la vuelta como si buscara una postura más cómoda..…”
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