El otoño produce sobre el Sena un efecto de ensanchamiento. Al contrario que en la primavera, cuando apetece cruzar los puentes de París. Ahora llega el frío y la rive gauche parece más gris y más lejana. Además, da la sensación de que el atardecer sucede a una enorme distancia de la capital. Es como si el oeste estuviera más lejos que en cualquier otro lugar. El sol de última hora no llega a rozar siquiera los tejados de Passy y todo lo que se entrevé en las calles perpendiculares a las avenidas son retazos sucios del otro lado de la ciudad. Si uno se acerca al río mientras cae la noche podrá escuchar el sonido del aguae contra los pilares de los puentes: es un ruido de chapoteo gutural, de tragaderas, de laringe primitiva envuelta en lo oscuro.
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