Sin embargo, digo, el espectador quiere llevarse algo a casa. En las escalerillas de los aviones, de las bolsas de plástico que llevan los viajeros, asoman enrollados los pósteres de tal o cual cuadro. Luego los ponen en la pared o no, pero de momento, a casa con esas láminas lisas de la Mona Lisa cuando no con un pañuelo de seda con los personajes de Bruegel patinando desde una esquina a la otra. Llevarse algo. Algo que nos acerque a la obra o, ya que estamos, al artista: una caja con recuerdos facsímiles de Andy Warhol o cosas por el estilo. Entre los cimientos del Louvre o enfrente del Brtish se abren nuevas tiendas de los museos estatales, con reproducciones de imágenes y objetos, papeles para dibujar con tapas dedicadas al artista cuya obra se expone temporalmente, lápices y gomas de borrar, objetos que acerquen al espectador al proceso del artista. Pero esto ya es otra cosa.
El propio logo de la Tate nos lo dice todo; el arte está algo desenfocado, borroso. Y nos lo llevamos a casa en sus aplicaciones de pakcaging y !tan contentos¡
ResponderEliminar