¿Puede devolverse al objeto los atributos que perdió en su banalización? ¿Qué debe hacerse con la cosa deglutida, metabolizada y defecada? ¿Exposiciones que recuperen su sentido? La reproducción arrasa con todo. O con casi todo. Gutenberg es el culpable: no en cuanto a los libros (banalizar un libro es más difícil) sino a las imágenes. Una estampa de la coronación de Carlos V tiene sentido porque tiene por objeto la difusión de una noticia. Un póster de un bodegón de Cézanne acaba con el asunto en dos generaciones. O en una. La cadena de errores que se extiende con la reproducción de imágenes desgasta de tal modo el original que lo hace si no irreconocible, sí muy diferente de lo que se ve. Porque lo que se trasmite con el original no es información acerca de un hecho sino acerca de otros valores que necesitan una expresión plástica determinada. Sin embargo…
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