La muerte de Ramón Gaya tira de mí de una manera distinta a la esperada. He recordado inopinadamente el libro de Tabucchi Sostiene Pereira en el que el protagonista se dedicaba a preparar las necrológicas de forma que estuvieran listas a la hora de la defunción del prócer, del literato o de cualquiera del que se espera unas líneas biográficas a la hora de su muerte. Eso me ha pasado con Gaya, he echado luego un ojo a alguno de sus libros, a las reproducciones de sus vasos junto a espejos o estampas de sus pintores admirados y luego he leído la necrológica de Andrés Trapiello, escrita posiblemente en horas bajas; esa impresión da el tono en el que está escrita: no por el motivo, sino por el tono. Con lo que yo me quedo de Gaya es con la figura del hombre que paga sus deudas, que señala con el dedo y dice: -estos son mis maestros.
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