El palacio real de Benin estaba completamente forrado de piezas cuadradas de bronce de unos cuarenta centímetros de lado. Cada placa representaba a personajes de la nobleza, a guerreros o escenas de la vida del reino. Pueden verse estas placas en el British y en el Louvre, entre otros museos y supongo que deben ser elementos muy comunes o muy falsificados. He comprado una. En realidad he comprado medio maletero de objetos nigerianos a un tipo que a su vez ha recorrido mil seiscientos kilómetros para comprárselos por centenares a otro que, por su parte, los coleccionó durante años, hasta que, aburrido, decidió desprenderse de ellos. En mi placa hay tres guerreros armados. No es un gran trabajo en comparación con otras que he visto después en la red y sobre todo en el catálogo que sobre arte primitivo editó el Louvre hace ya tres o cuatro años. Falta detalle y gusto por el acabado, pero aquí están, los tres habitantes del reino de Benin con sus faldas tropicales, dispuestos al combate. Me compro estas cosas con la esperanza de que no me pase como a su último propietario. No estoy interesado en el coleccionismo y ya he dicho alguna vez que los objetos me fastidian. A.I., que los ha visto esparcidos por el salón –hay un par de máscaras de bronce, un guerrero a caballo, un brazalete y alguna chuchería más,- dice que son souvenirs de lugares en los que no he estado. No es eso exactamente. Me da igual conocer o no el lugar de donde proviene la cosa. Es más: el objeto que más daño hace es el que uno se trae de un viaje a un lugar concreto. Esa es la cosa que peor aguanta. Eche el lector un ojo en torno de sí y comrpruébelo. “Esto es de cuando estuve en…” ¡Oh frase mortal! ¡Oh inicio de todos los males! ¿No es acaso mejor “Esto es de cuando no he estado en…”?
-¿Cuántas veces has estado en Nigeria?
-Mmm. No recuerdo bien. Una o ninguna.
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