Hay también un tipo de sueño traidor, engañoso, que no desvela su final, que nos deja como a enfermos que no pueden recordar. Soñamos a veces con el origen de todo, con los motivos por los que somos, pensamos o miramos de una determinada manera. En esas ocasiones, cuando me despierto sé que he visto mi propio origen, estoy seguro. Sin embargo, no llego al fondo del vórtice, el último de los puntos que forman la línea de lo soñado se va desvaneciendo conforme me acerco a él, y ese desvanecimiento me priva de una visión ascética. Tal vez podamos conocer nuestro origen estético de otra forma. ¿De cuál? ¿Por qué el sueño, en vez de amagar, no nos lo revela durante un instante recordable?
A veces, he entrevisto un momento concreto, una imagen, del que todo lo demás trae causa. No me refiero a las influencias, a las lecturas o la contemplación de los cuadros que amamos, sino a motores que parecen serlo a su pesar, a elementos que hacer girar el mundo de las ideas sin estar concebidos para ese fin. Motores que parecen funcionar apenas con una pila de un voltio, allá, al fondo de nuestras entrañas.
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