En un inmueble de campanillas, no lejos de donde vivo, el portero se entretiene con frecuencia sacando brillo a las planchas de latón de la puerta. Los críos, cuando vuelven de la escuela, hacen muecas a la superficie pulida. Sus cuerpos y sus caras se contraen y se expanden como en un salón de espejos mágicos. Han abierto una zanja en la acera y ahora se refleja una valla colocada para que los peatones no caigan al agujero. Ser pequeño tiene sus ventajas. Se ve más mierda, pero también hay sorpresas agradables.
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