Ayer, cuando volvía a casa a última hora de la tarde, por poco me atropella un coche de novios, decorado con las cintas que los franceses usan para estas ocasiones. Un poco cursis para mi gusto: unas cintas blancas desde la antena a los parachoques delanteros y traseros, y en el radiador unos lazos de gran tamaño. Por poco me atropella. Se supone que los recién casados no discuten. Yo cruzaba por el paso de cebra y el novio no me vio. Se había equivocado en la rotonda anterior y por corregir su dirección por poco se me lleva por delante. Ella le estaba gritando. Con las ventanillas cerradas, no podía escuchar qué se decían. En un momento determinado, él corta el aire con la mano queriendo poner fin al a discusión y la novia, entonces, echa los hombros y el rostro hacia adelante y comienza a llorar. A todo esto, parece que se han olvidado de mí. El coche y yo cabemos en el ancho del paso de cebra. Luego, el novio me mira, mete la marcha, acelera y me esquiva alejándose. La nuca de ella choca violentamente contra el reposacabezas.
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