Acompaño a A.I.: unos polacos quieren ver Trocadero. Por supuesto, primero la torre Eiffel, pero después, Trocadero. Siempre las mismas fotos, los mismos chorros de agua, las mismas patas de caballos de bronce.
La mañana incluye una visita al Museo de la Marina, donde pueden verse, tal vez, los mejores cuadros de Isabey. Pero también estas tallas de madera que representan al otro, al encontrado en el viaje, en la aventura. Al salvaje que lo mismo se acerca al mediodía en su canoa para ofrecerte fruta o durante la noche para degollarte duarante la guardia.
El Museo de la Marina debería cerrar por la misma razón por la que lo hizo el Museo del Hombre. No cabe duda de que la sutileza del escultor está en contraposición con la idea actual de civilizaciones. La forma de ver ya no es la misma. Así que ¿por qué no echar el cierre? ¿No es una forma de opresión o de desprecio, mostrar el viejo potencial investigador, cultural, por no decir colonial de un país?
V.R. –que acabó asesinado en Sudamérica- me lo dijo justo antes de empezar la universidad.
- El estudio –me dijo- es una forma de opresión.
Él se marchó a Colombia. Yo me he quedado por aquí, viendo esculturas de Papúa o Nueva Gales, mirando la gloria de occidente que se cuartea: jerséis baratos amontonados en los puertos y la barca de María Antonieta en Trocadero.
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