26/9/05

Decepciones

Con disgusto abandono la lectura de Doctor Pasavento de Vila-Matas. Una cosa es la falta de estructura y otra es escribir por escribir. Vila-Matas marea el tema de la desaparición hasta hacerlo insoportable, no por su falta de interés, sino por la falta de una construcción que permita avanzar al lector por la novela: No se puede construir el Empire State con los palos de un sombrajo. Me da mucha rabia dejar a medias una novela, o mejor una no-novela de Vila-Matas porque he pasado muy buenos ratos leyéndole, pero en esta ocasión, llevado por su propia facilidad, convierte la narración en un asunto imposible, incluso para quienes gustan de liquidar los sistemas tradicionales de escritura. Así que hoy, después de apurar una "demi" abandono a su suerte mi ejemplar en el Jardin Royal, no para que alguien lo recoja, sino para perderlo de vista, a ver si el libro mismo desaparece por merecimiento propio. Antes, anoto los únicos párrafos que el propio autor se encarga después de traicionar:


"El viaje, por poner ahora un ejemplo casi evidente, resultó ser en la antigüedad la trama ideal, porque descubrieron que si algo tenía un co­mienzo y un final, ese algo era el viaje. Entonces no se sabía todavía lo que era contar una historia, pero sí perfectamente qué era un viaje. Los viajes tenían un comienzo y un final. Eso ponía un orden a las cosas si uno quería contar una his­toria y acotarla de forma que empezara y terminara. Por eso seguramente la Odisea, con su recuento de un viaje, es una de las primeras historias que se contaron. Hoy sabemos que cualquier persona que sale de viaje puede repetir la experien­cia de Ulises, salvo que haya decidido no regresar nunca a casa. En el momento de salir el avión, siempre se pone en marcha una historia que tendrá un final al regresar a casa, salvo que hayamos entrado en esa fuga sin fin de la que ha­blaba Rom. Pero, ahora bien, ¿en qué momento realmente empezó esa historia? ¿Fue al facturar la maleta o cuando pa­ramos un taxi para ir al aeropuerto o cuando la azafata nos sonrió al damos los periódicos o cuando, diez años antes, co­menzamos a soñar en ese viaje o bien cuando nos dormimos durante el vuelo y soñamos que no volábamos?"

Esto y la trama, excesivamente elaborada, alrededor de la rue Vaneau es lo poco que de salvable tiene el libro en sus doscientas primeras páginas. Lo demás, humo.

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