En la playa, de pequeños, apretábamos en el puño la arena mojada, dejando escapar grumos sobre las torres hechas con el cubo. Con un poco de paciencia los remates parecían góticos. A poco más puede aspirar la catedral de san Patricio. Tal vez a la duplicidad, al reflejo postmoderno en los muros cortina de los edificios que la rodean; pero poco más. El tamaño de san Patricio no es desdeñable, sin embargo, enseguida hace pensar en las espadañas castellanas o en las torres puntiagudas de los campanarios de la campiña francesa. Con poco esfuerzo, la casa de Dios resultaba visible, era la referencia.
Si no fuera por las Torres Gemelas, podría pensarse que el Babel moderno no ha sufrido castigo alguno. Nueva York no tiene el problema de la endogamia. (Según las nuevas versiones, esta es la cuestión y no la del orgullo al que nos tenía acostumbrada la Doctrina.) Dios quiso expandir la presencia del hombre en la tierra mediante la confusión de las lenguas. Nueva York parece ser el lugar donde todos aquéllos que fueron separados vuelven para mezclarse de nuevo, siete mil años después… Aunque esto podría ponernos de nuevo en la casilla de salida.
“Nariz judaica –dice Camba- o pómulo tártaro, belfo semita o párpado mongol, todas estas creaciones milenarias, que parecen poseer un carácter permanente, Nueva York las destruye y las cambia por otras en el espacio de dos o tres generaciones, y durante el período evolutivo la Humanidad nos ofrece aquí los más sorprendentes espectáculos. Negros de nariz aquilina, escandinavos con pigmentación negroide, judíos chatos, mulatos barbudos... La pelambrera en astracán de los hijos del África sobre la cabeza cuadrada del germano o la mirada oblicua del chino en la clara pupila del anglosajón.
-No.. No se fije usted demasiado. -parecen decirle a uno los padres de estas extraordinarias criaturas cuando uno se pone a observarlas-. Esto no es más que un anteproyecto, una maquette de carácter provisional. Vuelva usted a la próxima generación y entonces podrá ver ya el proyecto definitivo.”
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