En febrero de 1994, hace once años y cinco meses, pegué en mi dietario las fotos de los restos irreconocibles del Liceo de Barcelona. En julio de aquel mismo año me di una vuelta por las Ramblas y vi las vallas y los andamios. Después de tanto tiempo mirando estas fotos puedo decir con autoridad, que una catástrofe pública como esta, en la que no hay muertos y en la que arden las noches de ópera de unos pocos, no es otra cosa que la convergencia de miles de pensamientos divagantes, deseosos de que algo llegue a ocurrir al más puro estilo del suceso, y que el precio que se paga no es el de la reconstrucción sino el del propio espectáculo. Es el incendio en sí mismo lo que encierra el verdadero valor. El valor de un espectáculo gratuito, de masas y subvencionado, que compensa –más o menos- el elitismo de los años anteriores. Las fotos del ABC no hacen sino ratificar esta realidad.
El único tipo con sentido del humor al respecto fue Sir John Soane, arquitecto del edificio del Banco de Inglaterra quien, en su casa, y debajo de un buen dibujo de la fachada principal colgó otro de su propia mano. En éste, el inmueble aparece, quinientos años después, completamente arruinado.
No voy a entrar en la divertida cuestión del elitismo de la ópera y mucho menos del arte en general. Bastaría, por ejemplo, seguir su razonamiento para llegar a la conclusión de que los cuadros del 99% de los pintores que en el mundo han sido estarían muy bien alimentando barbacoas. Por elitistas o por malos, me da igual. Lo que me sorprende de sus palabras es la referencia que hace a la autoridad de que se siente investido para decir lo que dice. ¿De dónde le viene esa autoridad? ¿De haber guardado las fotos del ABC de febrero del 94? Yo guardo el ABC de la guerra del Rif.Y qué. Deje en paz a los amantes de la ópera y no se haga el Nerón de salón tañendo en su blog su lira. Recuerde que, por definición, cualquier manifestación cultural, cualquiera, o si usted prefiere, todas las manifestaciones culturales son cosa de unos pocos. Recuerde a Beethoven asomado al balcón de su casa natal en Bonn mientras las gentes le aclamaban y diciendo aquello tan bonito: mi música es para esta gente. Aunque muchos no habían escuchado su música jamás. Recuerde aquellas mujeres del mercado de la Boquería llorando ante los andamios que impedían ver las fotos del ABC, ante el Liceo destrozado, ante la catástrofe, aquellas mujeres que jamás se habían comprado el ABC ni habían pisado, ni han pisado después, el Liceo. Recuerde a tantos pamploneses que aplaudían en la Plaza del Castillo a Pablo Sarasate cuando se asomaba al balcón de La Perla en el mes de julio -usted debe de tener también de esto fotografías-: nunca le habían escuchado en el vecino Teatro Principal. Ni en ninguna otra parte... Unos pocos. Todos esos "unos pocos" no merecen ningún incendio, sino formación y medios para ser cada día "menos pocos". Porque la creación mayor del hombre no es precisamente el fuego.
ResponderEliminarDéjeme que lo piense. De todas formas:la autoridad, desde luego, no proviene de la conservación del documento, sino de la forma de publicarlo en su día y de verlo once años después; el sentido de la imagen no ha variado en absoluto. Tal vez la cuestión está justo al final de su respuesta: el hecho de que el fuego no sea, como lo que devora, cración del hombre.
ResponderEliminarHay otras partes de su contestacíón...no estoy seguro. ¿Qué conviene más al espectáculo: la plácida muerte de Sarasate en su "Villa Navarra" de Biarritz, mascarilla mortuoria incluida, o que se hundiera el balcón de La Perla en una de sus multitudinarias apariciones? Déjeme que piense.
Usted y yo podemos querer formación y medios. ¿Eso significa que todos quieren formación y medios? Déjeme que le dé un par de vueltas
Passy azuza las brasas de fuegos pasados y hay a quien le abrasan la ropa interior...
ResponderEliminarPor cierto, ¿se supo por fin quién quemó el Liceo? ¿Y La Fenize de Venecia? La última pista, que yo recuerde, la dejaron un grupo de modernos trovadores que se autoinculpaban. Pero aquello sonó a divertida operación de marketing. Eran los tiempos de boga de los Tres Tenedores.
Qué tiempos aquellos.
PS: Do, re, mi, doremisfasol,
sol, fa, mi, solfamiredo.
El pasado 28 de julio escribí esta frase dentro de un comentario más largo sobre el elitismo en la ópera y, en general, en el arte: Recuerde a Beethoven asomado al balcón de su casa natal en Bonn mientras las gentes le aclaman y diciendo aquello tan bonito: mi música es para esta gente.Aunque muchos no habían escuchado su música jamás.
ResponderEliminarTraigo ahora la corrección de este recuerdo porque ayer encontré (por razones que no hacen al caso: ah, las razones que no hacen al caso, si se pudiera escribir un tratado de estas razones cambiaría la historia) el libro de Félix Grande que se titula "Mi música es para esta gente" y que figuraba en mi memoria convenientemente deformado. Lo de su casa natal de Bonn me lo inventé, consciente de que, como ya le dije en alguna otra ocasión, mi buen Passy, suelo pasar por esta página de vez en cuando y, como los perros, las veces que no tengo demasiada prisa o que tengo una necesidad, levanto la pata y dejo un comentario rápido para halagar su eblog. Consciente de que esto es cosa que ocurre en petí comité, como aquel que dice.
El libro de Félix Grande está publicado en 1974 por Seminarios y Ediciones, S.A. y es una recopilación de ensayos dedicados en su mayor parte a escritores, músicos y pintores. Al final del libro explica el título. Lo tomó de un libro de relatos del escritor argentino Daniel Moyano (Monte Avila Editores, Caracas, 1970). En el relato que da título al libro, Moyano cuenta la anécdota, más o menos fabulada, que justifica las gotas de lluvia que se pueden observar en el original de la sonata para piano Appassionata que escribió Beethoven en 1806 (cuya mejor grabación es la de Maurizio Pollini de 2003 para Deutsche Grammophon, dicho sea de paso).
En el relato de Moyano se cuenta que estando Beethoven escribiendo esta sonata en el castillo del príncipe Lichnowski de Silesia, en medio de una lluvia incesante se juntó un grupo de trabajadores en el patio del castillo, para reclamar, entre gritos, mejores condiciones de trabajo y mayores salarios para hombres, mujeres y niños en las fábricas de tejidos del príncipe. Lichnowski se hizo acompañar de Beetohven al balcón del palacio para contemplar la protesta con una displicencia llamativa. Ante la poca receptividad del príncipe a las quejas de sus trabajadores, Beethoven pronunció su frase dichosa, cogió sus partituras y abandonó airado el castillo, veloz, en medio de la lluvia que iba dejando sobre el papel de su genial sonata la huella de su altura moral.
Dice Félix Grande que la invención de Moyano es probablemente cierta y aporta los datos que Romain Rolland recoge en su obra "Beethoven: las grandes épocas creadoras", publicado en español en Ediciones Libertarias en 1929. Parece ser que, en efecto, Beethoven escapó furioso del castillo del príncipe de Silesia en octubre de 1806 con la partitura de la Appassionata bajo el brazo. Pero no dice porqué.
El original de la Appassionata se encuentra en la Biblioteca del Conservatorio de París.