6/7/05

Desahacer

Excitado por JPQ releo a Gaya. Este texto tiene dieciséis años. Corresponde a Sentimiento y sustancia de la pintura y está compuesto de dos ideas en apariencia discontinuas. Me interesa más el primer párrafo, porque, en el fondo, explica que lo que debe hacer uno, es, en primer lugar, combatirse a sí mismo; y aquí Gaya ayuda al pintor a despojarse. Luego él tenía problemas para no encerrar en sus lienzos todo tipo de estampas, cristalerías variadas y cachivaches, pero eso ya es otra historia. Lo de Rodin es aún más discutible, por que hablar de "nada" en la escultura de Balzac, pongo por caso, es mucho hablar. Es cierto que la materialidad estorba con frecuencia, pero no creo que Rodin sea el caso. Aquí, el bronce más que impedir, transmite.


"El hombre natural cree que la obra de arte es un compuesto, y supone que el artista va colocando en ella cosas, cosas conquistadas en la realidad y en el espíritu. Claro que el arte, o mejor, la Historia del Arte está plagada de obras conseguidas así, conseguidas por composición, por acumulación de virtudes, de excelencias, de valores (la pintura de Botticelli, la poesía de Góngora, son eso, vitrinas, vitrinas maravillosamente cerradas, en donde el autor ha ido guardando, apresando esto y aquello); pero esas obras no son sino arte artístico, es decir, no son arte total. En Fidias, en Shakespeare, en Tiziano, en Velázquez, en Cervantes, en Mozart no ha sido encerrado nada, sino libertado todo, dejado escapar todo. Paseando por las salas del Louvre con alguien a quien estimo mucho -S.G., terriblemente inteligente y pedante-, nos detuvimos frente a un Poussin, y después de una larga contemplación me dijo algo como esto: «¡Qué hermoso cadáver!» Entonces me pareció una frase tonta; hoy la reproduzco aquí porque debajo de su ridiculez externa le encuentro ahora mucho sentido. Es cierto, y no sólo es cierto en un artista mediocre como Poussin; las obras de Praxiteles, Leonardo, incluso Bach, son como grandes cadáveres de hermosura, cuerpos fijos en donde la belleza ha sido atrapada, pero no la vida, o quizá también la vida, pero la vida detenida, no continuada hasta el alma. Sus espléndidas obras son siempre muertas porque no son hijas de la generosidad, sino de la avaricia, del ahorro, de la acumulación; son muertas porque han sido cerradas con llave. y Dios parece castigar al avaro, más que inutilizando, más que matando su tesoro, conservándoselo eternamente bello, bello sin qué, bello sin sentido. "

"Pocas obras tan generosas como «Don Quijote». Se diría que hay libros engrosados por la codicia y libros alargados por la generosidad. «Don Quijote» es, sin duda, de estos últimos; se extiende páginas y páginas, pero no para hacer con ellas un libro, sino para deshacerlo, para que no sea un libro precisamente, para que la literatura quede rota en él, es decir, sobrepasada, saltada. Porque «Don Quijote» no está escrito -¡qué disparate!- contra los libros de caballerías, sino contra los libros, contra el libro, como el lienzo de «Las Meninas» está pintado contra los cuadros, más aún, contra la pintura. Claro que dicho así, de pronto, esto casi no se entiende hoy, ya que sufrimos aún el peso de aquel convencimiento estúpido y pobre que convirtió al escultor en un exaltado por el mármol, al pintor en un enamorado de los colores, al poeta en un saboreador de las palabras, al músico en un beato de los sonidos. Recuerdo ahora -porque hace ya veinte años de este furor, aunque nos queden residuos- que de un cuadro con asunto se decía que no era pintura, sino literatura; de un poema con algo de paisaje o de color se decía que no era poético, sino pictórico; de un cuarteto donde se trasparentaba talo cual sentir se decía que no era música; y de la escultura se pensaba que era un volumen, un bulto. Con tanta vigilancia y delimitación se llegaba, sí, a una especie de pureza, pero una pureza, en todo caso, de los oficios, no de la creación. Se redujo todo a sensualidad, a la sensualidad del trabajo, de los trabajos de arte, es decir, se redujo todo a materialidad, a cuerpo, a nada. En cambio cuando volvemos la cabeza hacia lo grande, vemos que es precisamente la piedra lo que ha sido destruido en la escultura de Fidias, pero no porque esa piedra la vuelva carne -como hizo Rodin, confundiéndose-, sino porque la vuelve alma, alma sola. "
¡Jesús! Qué tarde se ha hecho. Que no se me olvide mañana hablar del Castillo de Sant'Angelo pintado por Gaya y de las deudas que uno contrae sin ni siquiera imaginarlo. ¡Ah! y de las deudas de Palazuelo.

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