Haga el tiempo que haga, cuando llega la final de Roland Garros, el verano se acerca a París. Uno ve los golpes de los tenistas sobre la tierra batida y la asociación de ideas es inevitable: arena, cuerpos (encore) espectadores con gorrilla publicitaria y el Sena atravesando indiferente la ciudad. (Apollinaire…encore.) Uno se para un momento, justo antes de lo que promete ser una vorágine de calor, bebidas, idas y venidas, y que luego se suele convertir en nada de nada, y se pregunta qué ha sido de este medio año, de la nevada del invierno que empujó a todos los photoblogers a llenar sus carnés de imágenes idílicas de la Cité, mientras los trabajadores, camino de la oficina, blasfemaban a cada resbalón. Qué ha sido del incendio de hostal para emigrantes, provocado por un microondas, como si la edad media no hubiera terminado. Qué de las cocochas de Mitterrand y su ligero bamboleo, con ese fondo ajardinado que no le sirve más que para que los mismos trabajadores que resbalaban en el hielo se cisquen en su explicaciones.
Y qué más. Poco más: que en las librerías lo libros son como los bancos de sardinas que se protegen unas a otras formando una bola iridiscente e inaccesible a la dentellada del tiburón, hasta que una -uno- se despista y te lo llevas a casa. Generalmente se despista más de uno. Que los escaparates de 9eme siguen reflejando los amaneceres entre los objetos puestos a la venta, que a su vez reflejan las vidas de quienes los poseyeron y de quienes los comprarán. Y que aún hay conversaciones en las que se aprenden cosas, y relámpagos como el de P. Manterola a quien pregunto por qué ese empeño en colocar a contraluz algunas piezas de Oteiza en su museo y contesta que Friedrich hacía lo mismo con sus personajes pintándolos de espaldas al espectador y de frente a la luna, de manera que apenas se adivina su contorno, mientras que podemos asegurar sin duda que se hallan en trance. Los trabajos y los días. Los zapatos de A.I. su indeferencia a veces, su entrega otras. La cerveza, el puente de Bir-Hakeim. La idea de la representación, que tan estrecha parece a algunos, como una maza golpeándome la coronilla. La impostura, la mentira; una frase de Castilla del Pino acerca de la disociación entre pensamiento y expresión, que me viene como anillo al dedo. La imposibilidad de contar lo que se es, lo que se piensa. La falta de necesidad –añadiría yo- de hacerlo. Aún no llega el verano, pero el polvillo rojo en las deportivas de los tenistas le precede; lo mismo que lo hacían las golondrinas en mi primera casa, todas las primeras semanas de mayo. Generalmente entre el 5 y 7.
Magnífica la imagen de los libros como bancos de sardinas... con alguna que se separa del colectivo.
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