15/6/05

Montparnasse

La estación de Montparnasse es un lugar que deprime. No debería ser así: desde sus vías parten los trenes más rápidos de Francia y su andenes tienen un aspecto sólido, como de hormigón de los setenta. Pero cuando llueve el agua se cuela por la cubierta formando cataratas más que goteras y la luz que se cuela por los lucernarios es tan escasa que convierte cualquier despedida en un hasta nunca.


¿Cuándo fueron alegres las estaciones? ¿Cuando eran de hierro fundido? ¿En el tiempo del impresionismo? La alegría de lo moderno parece haber desaparecido. La felicidad del viaje, la novedad de las locomotoras pintadas no ha tenido continuidad en las máquinas eléctricas o en las diesel. Por su puesto, nadie pinta el TGV ¿Qué se pintaba entonces? ¿El progreso, la velocidad? Hoy la velocidad no es representable sino a través de fórmulas matemáticas. Hoy lo moderno se representa a sí mismo, a través del propio objeto. Como el objeto moderno es pequeño, puede hacerse de él tautología.

En 1939 Charles Sheeler aún sentía fascinación por la mecánica de las locomotoras, pero mucho antes, en 1908, Hopper ya estaba pitando trenes melancólicos. Es verdad, como dice F, que el arte y el resto de actividades humanas se prestan conceptos, se tocan durante un momento y luego se separan en busca de su propia dirección. La publicidad fue el último refugio para los pintores de lo rápido: los Carteles compuestos con marcadas perspectivas en las que la máquina tira de un tren cuyos últimos vagones parecen estar lejísimos, el polvo levantado por los coches deportivos en las carreras sobre caminos de tierra, son los últimos vestigios de la alegría por representar lo moderno. A partir de aquí, no hay gran cosa. La forma en la que hablamos de nuestra tecnología no es la misma que la de hace cien años. Hay una especie de desconfianza, de desgana, atractiva por otra parte, más crítica con la obra del hombre, porque ahora conocemos mejor su posibilidad de ciega autonomía, y eso siempre asusta un poco.

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En cuanto al más famoso accidente ocurrido en la estación en 1895 , desconocía que se hubiera tomado más de una foto del desastre, por demás estético. Histoire en Ligne lo relata así:

Le 22 octobre 1895, eut lieu un accident hors du commun. Le Granville - Paris composé de douze wagons et qui transportait 131 passagers approchait de la gare Montparnasse. Deux fourgons à bagages et un fourgon postal étaient couplés à la locomotive.
Cette locomotive était conduite par un cheminot d’expérience Guillaume-Marie Pellerin qui travaillait depuis 19 ans aux chemins de fer. Le train étant parti un peu en retard, il souhaitait arriver à l’heure à Montparnasse et de ce fait n’a pas ralenti suffisamment tôt. Le chef de train Albert Mariette et lui, se sont bien rendu compte de cela, mais il était trop tard : Mariette a bien essayé d’actionner le frein d’urgence Westinghouse, il n’a pas fonctionné.
Il ne restait que les freins de la locomotive, ce n’était pas suffisant : la vitesse et le poids du train font que le convoi écrase les heurtoirs, traverse la gare, la terrasse, défonce le mur de façade et tombe sur la station de tramways située 10m en contrebas. La composition du train a fait que tous les wagons de voyageurs sont restés dans la gare.

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