14/6/05

Infinitivos / Infinitos

No puedo evitar la insana envidia respecto de quien es capaz de afirmar. Ya sé que la duda es un lugar especialmente cómodo y que se puede acabar instalado en las tumbonas de su cubierta. Pero qué envidia me dan aquéllos que son tajantes a la hora de contar, de referir, de opinar. Tajante, ¿vendrá de tajo, de dividir, de escindir lo cierto de lo incierto? Tajante: como el cuchillo enfriado en el congelador para partir el milhojas, para que no queden migajas ni a un lado ni a otro. Tajante: como la separación de las aguas del mar Rojo de las que hablábamos el otro día. Separar. Ser de algo frente a otro algo. La común unión contra la no adhesión al programa. La seguridad del grupo; pertenecer a algo, a un partido, a un movimiento artístico, a un equipo de fútbol. Ser de la Escuela de Loquesea. Nada. Qué bien creer en lo mismo, asentir con la cabeza, decir sí.


El orgullo de la exhibición, de las banderas, de las pegatinas en el coche, del carné del club, de la pulsera de caucho con lema, de los lazos de colores cuyo número ha crecido hasta acabar con el espectro luminoso.


Hacer la ola: el vuelo de los estorninos parece estar marcado por el control que cada individuo de la bandada tiene del espacio que le separa de sus congéneres más cercanos. Este control permite que no haya diferencias y el grupo permanezca unido en cada maniobra. Es algo parecido a la ola que los aficionados practican en los estadios deportivos. Hay una coordinación que parece innata. Una capacidad psicomotriz para comenzar el movimiento justo después de que lo haya iniciado quien nos precede. La ola, las consignas, las manifestaciones, los gustos. El patio del colegio en el que, antes de entrar en clase, nos hacían formar estirando el brazo hasta tocar el hombro del compañero de delante, hasta que la fila quedaba perfecta ¡A cubrirse! Los gustos. El gusto, la distinción, Bordieu.


Estiramos el brazo y medimos la distancia alrededor. Que no haya nadie muy cerca. Pero que no haya nadie muy lejos.


La distancia entre los átomos de cualquier objeto es infinitamente mayor a la que separa a un hombre de otro hombre. Estiremos el brazo: algo más. Un poco más todavía. A pesar de la envidia. Siempre insana.


El único rastro: las migas de pan que uno arroja delante de sus pies.


Nota para el prof. Saltarelle: El libro del que hablábamos ayer es Un ensayo sobre Tipografía de Eric Gill. Editorial Campgráfic. Me permito llamar su atención sobre la militante actitud del autor en cuanto a la sencillez, extremo que ud. sabrá apreciar.

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