En el tren lo intento con Jean Genet. Diario del ladrón se me ha resistido en varias ocasiones, pero más de un amigo me anima a su lectura. Así que espero a que el TGV deje atrás las banlieues y tome velocidad, hasta que el verde de los cultivos se deshilache. Antes no se puede leer. Los arrabales de París, con el sol camino del oeste, no permiten que uno se concentre en la lectura. Más bien apetece mirar los edificios de apartamentos, las catenarias, los trenes parados en vías muertas, los camiones de transporte internacional. Sólo cuando todo se difumina, leo: "el traje de los presidiarios es de rayas, rosa y blanco."
Tengo cinco horas y media por delante y una excursión de padres con niños que vuelven de Eurodisney por detrás. También tengo tapones para los oídos. Marca No-Ton, No se han roto la cabeza buscando el nombre. No importa. Cuando la goma-espuma de color amarillo se expande, el sonido se va amortiguando y, a base de práctica, uno acaba escuchando sólo los latidos de su corazón. Para leer a Genet hace falta un poco de silencio. Y aún así me cuesta. Esta larguísima lista de delitos y proezas homosexuales me interesa poco. Sólo le salva la fecha de la publicación: 1949. Sólo viendo el asunto desde la perspectiva histórica, adquiere algo de interés. Y cuántas veces pasa lo mismo. Con algo de esfuerzo consigo terminarlo un poco después de Burdeos. Los niños, creo que todos, se han dormido. Me quito los tapones.
Hay un globo de Mickey Mouse pegado al techo del vagón. Al cabo de un rato y a falta de Moleskine escribo en las guardas del libro: Al otro lado del pasillo viajan dos tipos; uno joven y otro muy mayor. Parecen homosexuales. (No creo que me haya dejado llevar por Genet.) También podrían ser padre e hijo. Muy amanerados. Los dos con el jersey sobre los hombros. El mayor habla por el móvil. Marca tantas veces como se corta la comunicación. Hace como que habla bajito, pero se le oye perfectamente. Tiene el tono bien estudiado. Así, puedo –podemos- saber, que los dos viajan de París a Bayona. Alguien -me parece que una tía- ha muerto por la infección producida por un catéter mal colocado. Resulta repulsivo cómo quiere ahorrar a su interlocutor los detalles mientras se los refiere uno por uno. Al parecer, justo antes de expirar, la tía ha dicho: “He querido a todos los que me han querido.” Vaya frase para terminar. La causante no era una artista del epitafio. Si hay que decir algo antes de diñar, será mejor ir pensando qué, desde ahora mismo.
Vid: photos Deperdon.
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