Sólo un par de cosas más acerca de Odermatt: las copias de los negativos que estuvieron arrumbados en un granero durante décadas, se venden hoy como objeto artístico (entre 3.000 y 5.000 €.) Pero en Odermatt había una idea de lo administrativo, que se aprecia después de ver el mayor número posible de fotografías. Odermatt no hacía una sola toma del accidente. En muchos casos, hacía por lo menos dos. Es un funcionario eficaz. De esa manera, el conjunto pierde algo de su aire artístico y lo devuelve a sus orígenes de trabajo de campo, de artesanía de oficinista. En Karambolage sobran fotos. De cada dos imágenes una es mucho mejor que la otra, la que se tomó de este lado, resulta más potente que la inversa. A quien haya hecho la selección le ha faltado renunciar, apartarse del conjunto y escoger sólo lo excelso. Así volvemos al problema de la seriación, introducido en este caso no por el funcionario-artista sino por el recopilador insaciable.
En otros casos suele ser el propio artista el que es incapaz de renunciar a nada y acaba colgándolo todo en una retrospectiva. Recuerdo los casos de Chillida en San Sebastián e Ibarrola en Madrid. El primero expuso hasta la medalla que hizo para la primera comunión de un nieto y el segundo un pésimo dibujo a bolígrafo de un caserío en la ladera de un monte.
Enseñarlo todo no tiene sentido. Pero la impudicia nos vence con frecuencia y acabamos abriendo la gabardina para mostrar nuestras peores vergüenzas.
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