18/5/05

Karambolage

Nada mejor que una buena librería en el Marais: libros a estrenar, libros de segunda mano, ediciones raras y todo más o menos asequible. (Vendrán otros tiempos, cuando podamos entrar en las librerías del Faubourg y decir: -Me llevo éste y también ése.)

De momento, a buen precio, Karambolage; fotografías de una guardia de tráfico suizo ahora ya retirado. Arnold Odermatt ha visto toda clase de accidentes y después de muchos de ellos, cuando ya había trazado las líneas de tiza marcando las frenadas, cuando todo estaba despejado, desenfundaba su cámara y hacía estas cosas tan estéticas y tan alejadas de la furia del accidente mismo. Las fotos que de Odermatt yo había visto hasta ahora, eran todas casi melancólicas, no sólo por el trancurso del tiempo, sino por que no hay presencia humana, no hay heridos, apenas quedan cristales en el asfalto y la imagen está compuesta con un gusto exquisito. En el libro hay algunas fotos algo más duras, no porque se muestren personas sino porque los golpes de los automóviles son más graves y uno deduce de inmediato que las consecuencias también. Odermatt tiene otras fotografías: montañas suizas, familias y amigos, pero en ninguna logra lo que consiguíó con esta técnica que dimana de lo forense. Como el buen médico que disecciona sin hacernos sentir arcadas.

¿Queremos sentir arcadas? No estoy muy seguro.



El brevísimo texto que acompaña a las fotografías está escrito por Urs Odermatt, su hijo, -supongo.- Hubiera sido preferible unas líneas del autor, porque el hijo, a la sazón guía de montaña, no acierta con la idea. Hay un arranque que pretende ser poético:
Un policía espera delante de la puerta de entrada. Es el sargento Zumbühl. Una mujer abre la puerta. O un hombre. Conozco a esas personas. Conozco a todos aquí. Me miran. No digo nada. Un hombre de uniforme delante de la puerta es señal de malas noticias. Nos sentamos en el salón. Ellos esperan. El miedo les vuelve mudos. El silencio es sofocante ¿Cómo decírselo? Yo no tengo estudios. Después el grito. La madre lo presiente; el hijo. Yo no digo nada. ¿Qué se puede decir?


¿Cada cuánto tiempo?


Una vez al mes, durante veinte años.
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Hace unos días, leyendo el blog de no sé quién, encontré un texto en el que el autor afirmaba manejar una excavadora duarante el derribo de una casa. Al echar abajo una pared apareció ante sus ojos una pila de revistas antiguas de cierto valor. Me gustó la idea de la excavadora... Hasta que la he encontrado en un texto de Urs Odermatt: habla de una empresa de derribos para la que trabajó a fin de completar sus ingresos como guía de montaña y cuenta exactamente lo mismo, pero referido a un boletín de un club montañero.

3 comentarios:

  1. Anónimo19/5/05

    A pesar de tener rasgos en común -los accidentes de tráfico bajo una mirada artística o la búsqueda de la estética de la imperfección-, nada que ver, en su tratamiento, entre las fotografías de Arnold Odermatt y la impactante película Crash de David Cronenberg.
    En Odermatt no hay presencia humana, los coches son los absolutos protagonistas, cobran vida autónoma -o más bien, muerte autónoma-, mientras que en Cronenberg se produce una simbiosis hombre-máquina, es explícita la huella dolorosa que deja en la carne humana un vehículo accidentado, así como la que queda en éste a consecuencia de la acción de su conductor.
    En Odermatt, el accidente como objeto de composición estética y estática, el paisaje sosegado e inquietante a la vez. En Cronenberg, estética dinámica y en ebullición, el amasijo de hierros retorcidos y humeantes como catalizador de la pasión humana, el dolor y la deformación como objetos de deseo e ideal de belleza.
    Me pregunto ¿Por qué esa atracción hacia la imperfección? ¿Por qué la seducción de lo que agrede?

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  2. Si no me equivoco y en ambos caso, porque lo que sucede, le sucede a otro. Me permito recordarle mi nota de 31.3.2005 "
    Cuando los vientos agitan el inmenso mar, es agradable contemplar desde la orilla el gran esfuerzo que deben realizar otros, no por que nos guste ver a la gente sufriendo, sino porque nos complace comprobar de qué males estamos libres."(Lucrecio)
    Esto, en un primer lugar. Queda saber si esa comprobación de estar libre del mal ajeno, da origen -y de qué forma- a un tipo de estética; como lo da la contemplación de la belleza en el sentido canónico del término.

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  3. Anónimo19/5/05

    Estoy de acuerdo, en parte, con su teoría sobre el mal ajeno, pero, en mi opinión, hay mucho más. Quizá la clave esté en la nota a la que me remite, cuyo inciso final se refiere a Bill Viola.
    Sinceramente, pienso que nos atrae lo que nos conmueve, lo que nos hace sentir cualquier tipo de emoción profunda (¿Será porque así nos damos cuenta de que estamos vivos?).
    Convendrá conmigo en que, por lo menos a un nivel primario, una vez superado el cánon de belleza clásico -o junto a él-, ello se consigue con imágenes dotadas de expresividad, a lo que contribuye, indudablemente, la imperfección a la que nos referíamos. Que es lo que se trataba de demostrar.

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