Primero la obligación: T.C. examina el coche, lo compara con algunas fotos que ha traído. Él no tiene ni idea de coches antiguos, pero el vendedor tampoco tiene pinta de ser un experto. T.C. pone cara de connaiseur: hace abrir el capó y niega con la cabeza.
-No puedo pagarle lo que pide usted. -Dice con cara de disgusto.- Fíjese cómo está. Está mucho peor de lo que usted me dijo. Además tendré que contratar una grúa para llevarlo.
T.C. ofrece una cifra muy inferior a la que pretendía el propietario. Éste duda. Dice que el coche no está tan mal , que lo que importa es el chasis a y que tiene toda la documentación en regla. El regateo apenas dura unos minutos. Nunca hubiera imaginado que en Bélgica se pudiera regatear. Pensaba que era una práctica que no alcanzaba más allá del norte de Francia.
Hemos dormido en una pensión enfrente de lo que fue la fábrica de automóviles Imperia. Desde mi ventana puede verse el peralte de una de las curvas del circuito construido sobre los talleres. La fábrica dejó de funcionar en los años cincuenta. A su alrededor, en las calles del pueblo, se hacían enloquecidas carreras de coches, mientras la pista de pruebas permanecía cerrada. Su sola existencia atraía a cientos de personas que tenían que conformarse con hacer locuras fuera del circuito.
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