Durante la travesía hacia Plymouth, celebramos el cumpleaños de R.T. Ha comprado en el restaurante una botella de Ruinart y salimos fuera con dos copas y dos chaquetones prestados. No hace falta cubitera. El ferry navega hacia el norte por un mar que, en mitad de la noche, no se distingue del cielo. Las bromas no son lo mío: le pregunto si escoge el champán por la calidad o por el nombre.
-A veces me equivoco, -dice- pero se trata de saber elegir al comprador, no la obra. Si tienes a la persona adecuada, el mueble, la lámpara, el cuadro o lo que sea acabará llegando a ti y lo venderás como si nada. Basta con no dejarse cegar. Es como el chiste de las setas y el Rolex.
Se oye la sirena de un barco. Otro ferry más grande se cruza con el nuestro. R.T. dice que le recuerda al Rex, el transatlántco de Amarcord; Se levanta las gafas y poniendo los ojos en blanco, remeda la escena en la que el acordeonista ciego pregunta ¿Cómo es? ¿Cómo es?
¿Elegimos por el nombre o por la calidad? Pero si la calidad no tiene nombre, hombre.
ResponderEliminarLo que parece confirmar mi incapacidad para hacer chistes; aún cuando éstos sean obvios.
ResponderEliminarO lo que es lo mismo: vaya ruina de función.
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