8/4/05

Donde París pierde su nombre

Al final de la calle Jean Jaurès, donde París pierde su nombre y se difumina sin miramientos, uno puede hacer dos cosas: acercarse al Museo de la Ciencia en la Villette, envejecido en el transcurso de veinte años (¿veinte años no es nada?) o puede hacerse conducir por R.T. hasta un almacén junto la Iglesia de Sainte Claire.
Un rótulo -sobre el almacén- dice Réstaurant Economique de Charité. Interdite de blasphemer a l'intérieur. R.T. se baja de la furgoneta y abre el portón del local con la desenvoltura de un propietario. Luego me hace señas para que me ponga al volante y, marcha atrás, meta el vehículo en lo que fue un comedor de caridad del que aún queda algún aparador con vasos y platos de duralex. (Dura lex, sed lex.)

En el local se amontonan sillas, mesillas, taburetes, una mesa de juego, otra de billar, una chaise-longue, marcos de todos los tamaños, óleos , alfombras y cientos de objetos de menor tamaño más propios de una fontanería en quiebra que de un anticuario con pretensiones. Mientras miro esta especie de cueva de Alí Babá de segunda regional, dos tipos de buen tamaño, con gorrilla de visera los dos, -deben ser gemelos y quieren parecerlo- entran en el local con un un rollo de plástico de burbujas cada uno. R.T. les saluda con la mano y les señala los objetos que quiere que envuelvan. Entre los cuadros está el Sacrificio de Abraham del que hablábamos el otro día.

Cuando queda claro qué hay que envolver y qué no, R.T. me dice:

-¡Hala! Vamos a echar un trago. Son las diez y media o algo así. Cuando salimos, yo le señalo un cuadrito que apenas tendrá veinte centimetros de ancho. Tiene el cristal roto y el marco parace ser una imitación.

-Luego te lo llevas. Dice.

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