Los objetos no son nunca una buena compañía. Las cosas de las que nos rodeamos nos acercan a la muerte más de lo que ya lo estamos. Entras en las tiendas de baratillo y encuentras las tonterías que otros coleccionaron durante años o compraron en un crucero por el Mediterráneo. La vista de ese desorden de figuras, ceniceros, estampas y litografías encierra siempre el más triste de los significados. Más tarde o más temprano hay alguien que acaba comprando lo que los deudos del anterior propietario vendieron por dos ochenas y la historia se repite una y otra vez con el mismo sentido.
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