Judith y Holofernes (Judith 13,1-10)
Quedaron en la tienda sólo Judith y Holofernes, desplomado sobre su lecho y rezumando vino (Judit 13,2)...
Avanzó, después, hasta la columna del lecho que estaba junto a la cabeza de Holofernes, tomó de allí su cimitarra, y acercándose al lecho, agarró la cabeza de Holofernes por los cabellos y dijo: "¡Dame fortaleza, Dios de Israel, en este momento!". Y, con todas sus fuerzas, le descargó dos golpes sobre el cuello y le cortó la cabeza (Judit 13,6-8)
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y saliendo entregó la cabeza de Holofernes a su sierva. (Judit 13, 9)
y saliendo entregó la cabeza de Holofernes a su sierva. (Judit 13, 9)
Apenas se percibe en el rostro de Judith una mínima sensación de asco, en ningún caso de dolor por la acción cometida.
Aquí sí.
Aquí los pintores se tiran como locos a representar este imperio de los sentidos con resultados magistrales. La Judith de Caravaggio es de una belleza modernísima, joven y decidida, ejemplo inequívoco para la pintura vienesa de 1900. Casi parece apartarse de la carnicería con el único propósito de no manchar sus ropajes.
Aquí los pintores se tiran como locos a representar este imperio de los sentidos con resultados magistrales. La Judith de Caravaggio es de una belleza modernísima, joven y decidida, ejemplo inequívoco para la pintura vienesa de 1900. Casi parece apartarse de la carnicería con el único propósito de no manchar sus ropajes.
Aquí hay decisión: imposible la intervención divina para detener lo imparable. Sólo cabe la advocación y la referencia al mal menor en nombre de la salvación del pueblo. Sin que se cite cuál sea el mal menor, porque parece que no se trata del asesinato sino de lo que antes acontece. ¿Holofernes dormido y ebrio sobre su lecho? ¿Nos hemos perdido algo? ¿A quién corresponde el placer?
En cuanto al savoir fair, resulta más interesante la representación de Ghirlandaio. Como en un desfile de modelos Judith y su criada vuelven a casa. Una con la cimitarra y otra con el cesto que contiene la cabeza de Holofernes sobres su propia cabeza. Muy propio de Bill Viola.
En qué quedamos: Judit o Judith, Ester o Esther, Rut o Ruth... Para comprender el relato hay que buscar la clave en las palabras de Judit previas al asesinato en las que se dice que Judit pide a Dios que le dé la fuerza necesaria para llevar a cabo lo que pretende. En efecto, sin esa fuerza no se puede entender que una mujer sostenga una cabeza por los pelos con una mano y con la otra una pesada cimitarra y que sea capaz no ya de golpear esa cabeza, sino de cortarla nada menos que con sólo dos golpes. Algo sobrenatural, es cierto. Como también lo es el que una vez situada Judit en la columna de la cabeza del lecho y con la cimitarra en la mano, tuviera todavía que acercarse al lecho. ¿Qué distancia hay entre la cabecera del lecho y el lecho?
ResponderEliminarDe acuerdo. Pongamos Judith, si bien la bibliografía no es unánime.
ResponderEliminarDe todas formas el asunto no es si esa fuerza viene de Dios o de la mera invocación. O incluso del patriotismo de Judith (Marianne primitiva y más activa), sino del goce de la violencia (véase la cara de la sirvienta en en el cuadro de Caravaggio o en cualquier otro y sobre todo el de la propia Judith. Resulta más compometido hablar del post-gesto de gozo en la cabeza de Holofernes.)
Se trata también de lo que el relato oculta por pudor. Al menos esa es mi intención.
Y una última reflexión acerca de lo que se se enseña y se oculta: el parecido con la moral iconográfica norteamericana en la que la violencia no está considerada de la misma forma que el sexo.