4/3/05

Los restos del lujo

Ahora que hace tanto frío en París y en todas partes, me acuerdo de este verano en Canfranc; me acuerdo del frío en mitad de agosto.
Con tanta Europa y estrellas y discursos, Canfranc se ofrece ahora al viajero como una fruta en la frontera, podrida por el tiempo. Su hotel se cae a pedazos y para pasear por las ruinas de su hall hay que apartar mallas metálicas y dar patadas a las puertas que ceden como si nada. Las bañeras de lo que fueron las habitaciones de primera están ahora llenas de aguas ponzoñosas. En la enfermería aún queda una camilla herrumbrosa junto a un biombo sin tela. Más allá, en las vías, los coches de lujo, con pasillo a un lado y compartimentos a otro, se deshacen a la intemperie. La estación que debió ser la puerta grande de entrada en Europa no es más que un montón de ruinas. Desde Jaca, llega a ahora por las tardes un trenecillo casi de juguete al que le sobran los monumentales andenes de lo que fue una aduana donde enseñar las mejores maletas de piel.

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