27/1/05

Jaime de Armiñán en Passy

Incluso en sus peores momentos, Passy ha sido un lugar agradable.
Jaime de Armiñán en el artículo publicado el domingo 22.8.2004 en el Suplemento de El Mundo

Vivíamos en un piso amueblado en la Avenue Fremiet, que pese a su título era calle tranquila, ancha y corta, situada en el elegante barrio de Passy, que empieza en el Quai de Passy y termina en la Avenue de Charles Dickens. En mi calle había una carnicería, una panadería, una tienda de ultramarinos y dos cafés restaurantes. Como es lógico, el carnicero, el panadero y el patrón de la tienda de comestibles vivían del mercado negro. Al fondo de la calle abría sus puertas un club para soldados aliados, sobre todo yanquis, británicos, canadienses y australianos, que de cuando en cuando abastecían al oscuro mercado de los minoristas. Aquella zona del barrio estaba habitada especialmente por escritores, músicos, pintores, actores y bailarines, que salían más de noche que de día. La guerra reciente tenía, en cambio, una ventaja: apenas circulaban coches por el barrio de Passy y sólo se oían las sirenas de las gabarras que surcaban el Sena, el timbre de las bicicletas, las bocinas de los vélo-taxis y el motor de algún jeep del ejército americano. París estaba lleno de velociclos. El vélo era un triciclo con capota, dos asientos de mimbre y un tipo que pedaleaba furiosamente. A mí me hubiera gustado montar en vélo, pero no tenía ni figura, ni dinero, ni tampoco valor. Todo el mundo iba en bicicleta, amas de casa, dignos caballeros de cinta roja en la solapa, funcionarios del gobierno, viejas viejísimas, señoras elegantes vestidas de fiesta, menestrales y obreros. Y chicas. Yo recordaba a las de Madrid, obsesionadas por culpa de la dichosa falda, a punto de matarse con tal de no enseñar las piernas. A las chicas de París les traía sin cuidado que se les subiera la falda hasta el moño y para un jeune homme, hecho a la censura, al luto y al pecado mortal, aquello constituía un espectáculo tan colorista como insólito. Me daba sonrojo mirar a las claras, porque yo era el único que reparaba en muslos ciclistas.

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