4/6/08

A cada uno su imagen





París es una ciudad en la que se hace muy presente el abandono de los objetos después de la muerte. El término "succession" suele ir ligado con más frecuencia a la venta que a la continuidad y parece que las herencias fluyen como un río permanente de cuadros, mesas y vajillas. Desde hace años ya empiezan a verse por las tiendas y en las subastas muebles y lámparas de los años sesenta; cosas que venden ahora los hijos de quienes las compraron hace cuarenta años; mobiliario que vuelve a estar de moda y al que se le puede sacar unos duros.

Breuvart vende fotos. Supongo que las consigue al por mayor. Cuando se vacía un piso el tipo que llega con la camioneta ya sabe con quién tiene que hablar de cada cosa. Y en todas las casas hay una caja o un álbum de fotos. Breuvart las clasifica, las coloca sobre un cartón de color y las embute en un sobre de celofán junto a su tarjeta:
Portraits individuel/famille/groupe
Images anciennes/anonymes/intimes

En su establecimiento hay una larga fila de cajas de madera con cientos de fotografías ordenadas por tamaños y -más o menos- por temas. Uno puede echar la mañana buscando su foto.
Tiene una especie de divisa:
À Chacun son image.

Yo elegí ésta. La acabo de sacar de su funda para ver cómo está impresa. Es un papel Fujicolor Cristal Archive utilizado para impresión digital. La foto debe ser muy reciente.

Seguí mirando. A*. volvió de la tienda de al lado con una taza de porcelana y me ayudó a buscar otras.

2 comentarios:

  1. Anónimo4/6/08

    Terminaste de pintarte con un lápiz de labios rosa y te miraste satisfecha en el espejo del subte. Estabas sentada en el pequeño banco de madera, al lado de un hombre dormido. Abriste la cartera de charol y sacaste un par de guantes de encaje blanco. Te los pusiste con cuidado. Te sobraban por lo menos dos centímetros de cada dedo.
    Tus pies cubiertos por zapatos de charol no llegaban al piso, y se balanceaban hacia atrás y hacia delante con el movimiento del tren. Tenías puesto un vestido celeste muy liviano: el calor era insoportable.
    El hombre que dormía apoyaba la cabeza en el marco de la ventanilla. Lo miraste un momento. Después volviste a abrir la cartera. Sacaste una foto de polaroid descolorida y te pusiste a mirarla. Era de un viejo sentado en el banco de una plaza. Aparecía altivo y decrépito, con un bastón en la mano.
    A tu derecha el hombre abrió los ojos con dificultad y se acomodó en el asiento. Miró por la ventanilla y distinguió tu reflejo en el vidrio. Dio vuelta la cara y vio asombrada los guantes, los zapatos, la cartera.
    Vos seguías concentrada en el viejo del bastón.
    - ¿Tu abuelo? – preguntó
    - No – dijiste.
    Recordaste la casa de antigüedades a la que habías entrado hacía un rato, después de ver el cartel que decía “vendemos fotos” pegado en la vidriera.
    - Quiero una – habías dicho sin vacilar, señalando el cartel, a un hombre gordo de anteojos.
    Él había atravesado la puerta que comunicaba el negocio con la casa para volver con una caja de cartón llena de fotos de matrimonios rodeados de su familia, de chicos con peinados tirantes, de paisajes del sur. La foto del viejo del bastón estaba en el fondo de la caja.


    Esto es parte de el primer cuento que escribí. Tenía 17 años. Nunca más pude volver a usar la segunda persona.

    En Buenos Aires, por San Telmo, podrías comprar en fotos la vida de millones de personas. O al menos sus momentos felices.

    Un beso.

    ResponderEliminar
  2. Gracias, Mercedes

    ¡Ah, la segunda persona del singular!

    Qué bueno el reflejo de la chica en la ventanilla del metro y el reflejo del hombre en la foto.

    Estoy con El Malestar al alcance de todos. Hablamos.

    ResponderEliminar